lunes, 18 de octubre de 2010

PARA DESPUES QUE MUERA



Gracias Dios mío
por esta vida

Escribir es mi vida… lo tengo claro
y no descansaré hasta que el mundo me reconozca,
así sea sobre mi tumba fría,
que mis obras caminaron el mundo.
La humildad dedicada nunca vence a la verdad.
No me importaría exaltar mi ímpetu prepotente,
porque sé que mi espíritu me ha dicho muchas veces
que lograr la memoria del mundo es vivir para siempre.
Sí... para siempre. Estoy seguro.
¡Vivir para siempre¡
Amigos míos.



Por eso cuando muera, recorreré mis recuerdos:
las callecitas alegres de mi barrio en los sesentas,
los matarratones florecidos en candilejas del jardín;
el olor a tabaco que entraba por el ventanal
en mi sencilla escuela de barriada pobre;
de mi primer amigo: Nabil Jackaman,
en eternos recreos de canicas y balones;
de sanas travesuras de carnaval;
de mi caballito de palo relinchón;
de mi patineta de balineras;
de la negra Belén con su pregón matutino
de delicias humeantes:
envueltos y cocadas.

Mi infancia fue feliz, lo reconocería mil veces.
Fui feliz desde el siguiente día de ver este mundo,
que amo, pues sólo soy un enamorado de la vida.
Amo la vida y la vivo a toda,
como si supiera que mañana moriría.
De eso estoy seguro.
Sólo quiero vivir más; disfrutar más y más
el milagro del universo.


Amo mi sabanas de Sucre y el barrio LA FORD
donde nací en mi amada Sincelejo.
Amo el mar de coveñas
y las peras rojas del patio de la niña Asteria de Casas,
que ya murió
y ese patio sólo existe en mis recuerdos,
porque el modernismo absorbió ese cuadro
pintado por siempre en el lienzo de mi vida.


Amo el recuerdo de mis padres, serenos y buenos.
Porque creciendo al lado de ellos supe que el amor sí existe.
Amo el recuerdo de mis bisabuelos
en una casita de paja de un pueblo recóndito,
donde además de amor eterno,
estaba siempre la tinaja esquinera y su vaso de peltre;
los mecedores sampuesanos
y el mochuelo cantor de la Sierra Flor.


Amo el tamarindo del patio, casi seco, lleno de barbaemicos
que escondido me orinaba todos los días,
donde los chupahuevos, maríadedías, pitirres y azulejos
hacían un estruendo mañanero,
que se oía en todos los cuartos de la casa de mi abuela.
Las calles saturadas de barro
y el croar misterioso de los sapos en los charcos
en el mundo turquí de la noche cálida.


Amo el recuerdo de la primera vez que besé a una mujer:
fue a una noviecita de infancia
debajo de la ceiba en la entrada del campestre.
Amo mi eterna compañera:
Sarita querida, mi aliada de lucha por siempre,
la que sufre y calla ante mi rebeldía,
al no ver de frente el mundo que deseo:
de niños sanos y alegres correr por la campiña florecida,
de paz y solidaridad entre los pueblos y naciones.
En la eternidad nos seguiremos amando por siempre, amor.
Te lo juro… Sarita!


Amo la obra viva que dejaré en la tierra;
mi hija preciosa, alegre e inquieta.
Amo a mi Curramba del alma,
mi amado Junior con sus seis estrellas
y mis poemas que llevaré por siempre.


Por eso estoy llorando ahora
y lloraría mil veces
al culminar este poema arrancado a mi vida.
Es que vivir es regocijo, es pasión, es esperanza
es agua pura circular sobre la tórrida arena.
Qué importan las espinas
si al final sentiremos la obra del creador
sentiremos las tersuras
sentiremos los aromas
de una bella rosa roja
y salpicada de rocío primaveral.

Gracias Dios mío…
por esta vida.

Arturo Muskus Villalba.
Derecho de Autor
Min Interior
República de Colombia