domingo, 24 de mayo de 2020

AQUEL MANGUITO CAÍDO



Ese árbol de mango que yace caído,

quien gritaba al mundo  la existencia de Dios,

con su follaje  verde y espigas doradas al sol

fue testigo mudo y milenario en una zona vecinal,

de particulares hechos de mi bella familia

que evoco desde mi ser romántico y bohemio,

con sentimiento de melancolía y nostalgia

porque el destino sórdido e ineludible,

le rompió 50 años de dulces y jugosos frutos

además de un sombrío fresco y seguro.

 

Frutos que a diario alegraban nuestra mesa

al deleitar el manjar de su exquisito y nutritivo sumo.

Pues la piqueta demoledora del progreso,

en cada golpe de la fría hacha

y en cada gota de sudor de su verdugo leñador,

acabó con ese fresco sombrío y su verdor

que era atrayente de sonrisas gratas y amables

al encanto  de ambiente sano y acogedor.

 

Ese progreso que el mundo material,
generador de vanidades y poderes,

que no es otra cosa que la soberbia humana

destruye  paulatinamente  la obra  de Dios,

y que cada día que pasa ofende aquella cuna

donde crece el milagro de la vida,

algún día vengará su caída ese agraciado árbol

y no habrá  milagro capaz de remediarlo.

 

Ese arbolito hermoso  diciente del mundo de hoy,

exaltador bondadosos de espiritualidades,

se llevó para siempre las miradas de humildad

y pensamientos de alegría y esperanza,

nos exponía su dulce cosecha y fresca sombra

cuando en busca de tranquilidad y reposo

nos sentábamos en nuestro jardín

para establecer relación de familia buena.

 

Arturo Muskus Villalba