Amiga: En el triste
ocaso de este pueblo triste estoy mirando al cielo.
Mi soledad y mi
melancolía es el mundo de hoy.
Observo los arreboles
de llamas vivas que amenazan el calmoso pueblo,
la vieja torre de la
iglesia manchada por el tiempo,
peregrinada por las
últimas golondrinas que buscan su refugio,
El viejo parque de
sillas desvencijadas asaltadas por las sombras del crepúsculo
y el frio de la noche
que penetra mis carnes
y mi cuerpo se
estremece en cada instante con tu recuerdo.
No es justo, Pusiste
fin a tu vida, pero también a la mía,
mientras devoraba con
presteza el camino hacia ti,
decidido a hablarte
de mi amor.
Pero no esperaste mi
intento de decirte cuanto te amaba,
tal vez no tuve el valor
de merecerte.
No pude separarte a
aquel infame que te engañaba.
Aun así, suplicabas y
esperabas un puñado de ese amor.
Aunque no condeno tu
triste decisión,
soy el culpable de
nunca haberte hecho mía.
Y ahora ya no estás y
no pude probar el carmín de tus labios.
Los lirios morados de
tu tumba me lo han dicho,
regados por mis lágrimas
vivas en mi dolor,
mientas huelo el
perfume de los jazmines a los lejos,
pienso que no tuve el
coraje de decirte que te amaba
y ahora ya no estás y sólo tengo tu recuerdo.
Tu recuerdo que me tortura
y a veces me calma.
Sé que en la otra vida
me encontraré contigo.
Pues la muerte no
es obstáculo para seguirte amando,
porque te pienso amar
hasta el final de los tiempos,
como vuelven las
golondrinas en cada tarde
volveré a ti después de la muerte.
ARTURO MUSKUS VILLABA
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